Tony Bennett, reconocido en el mundo musical como “el cantante de los cantantes”, se despidió en noviembre pasado con un soberbio concierto junto a Lady Gaga, en Radio City Music Hall, de Nueva York, a poco de celebrar 95 años de edad pese a padecer de Alzheimer.
No obstante, su condición, reconocida por su familia y anunciada en medio de la pandemia de COVID-19, el concierto fue impecable por la comunión musical con la cantante Lady Gaga, con la cual Bennet ha tenido apariciones en conciertos, discos y comerciales.
Bennett es un caso antológico en múltiples formas. Es el crooner de voz suave, pianista refinado y dominador de la música popular y jazzy que más ha durado sobre los escenarios. Nació como Anthony Dominick Benedetto el 3 de agosto de 1926, en Long Island, New York.
El gran cantante es un sobreviviente de guerras, de pandemias y de la influencia de las sustancias entre el mundo de los cantantes. Luchó en los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, superó adiciones a las drogas y se burló de la pandemia de COVID-19. Está casado en su tercer matrimonio con Susan Crow, antigua fan de San Francisco mucho más joven que él.
Cuando la pandemia estaba en su pico, encerrado en su piso de San Francisco, California, se asomaba a la ventana para saludar al público que pasaba. Seguramente muchos o todos sabían que su canción más famosa ha sido “I let my heart in San Francisco”.
De la estirpe de Frank Sinatra, Joe Williams, Perry Como y Mel Tormé, para solo citar unos pocos, Bennett cantó, como Ella Fitzgerald, el cancionero de los hermanos Gorge y Ira Gershwin, Cole Porter, Irving Berlin y Jerome Kern y en los últimos años se abrazó a los jóvenes.
Así, en su cumpleaños 90 celebró un concierto difundido a nivel mundial en el cual reunió a algunos de los invitados a sus discos “Duets” de 2006 y 2011 entre los cuales estaban Michael Bublé, Aretha Franklin, Norah Jones, K.D Lang, Queen Latifah y la propia Gaga.
También a Mariah Carey, Willie Nelson, Alejandro Sanz, Amy Winehouse, Barbara Streisand, Paul McCarney, Elton Jones, Billy Joel, Diana Kral, Sing, Bono, Elvis Costello, John Legend, Andrea Bocelli y el Coro de los Niños de Haití, todas celebridades en sí mismos.
Mis recuerdos de Bennett
Vi por primera vez a Bennett en el verano de 1977, cuando pasé unas vacaciones en Chicago como invitado de mi amiga María Suncar, quien para la época vivía en esa ciudad. Conociendo mi afición, me preparó un programa jazzy que incluía un concierto del crooner.
Bennett y su cuarteto se presentaban en el famoso teatro Drury Lane, dedicado a las artes escénicas y a conciertos. Tenía como contraparte a Peggy Lee, la cantante blanca de los Estados Unidos que con más empatía acogió a una música privilegiada por cantantes de color.
Tras su muerte en el año 2002, se le rindió un homenaje en el Carnegie Hall con la asistencia de luminarias como Bennett y la cantante Cindy Lauper (Time After Time). Los maestros de ceremonias fueron Bill Cosby y Spike Lee, que nada tiene que ver con Peggy.
La música del jazz desde sus inicios tuvo cantantes negras que hicieron del género un paradigma como Billie Holiday, Bessie Smith, Dinah Washington, Lena Horne, Sarah Vaughan y la más grandes de todas: Ella Fitzgerald, de quien dije en un artículo anterior a raíz de su muerte en 1994, que la creía insustituible.
Corregí para mis adentros esa impresión luego de la muerte de varias grandes intérpretes como Carmen McCrae y Shirley Horn, al saber de Cécile McClorin Salvant, haitiano-norteamericana nacida en Miami (1989). Conocí a Cécile hace tres años en The Jazz Cruise, en el cual se presentó antecedida de su gran fama de cantante y pianista, con su pianista Sullivan Fortner, de la nueva hornada de jazzistas de New Orleans.
En 2015 actuó en el Ronnie Scott´s Club. De ella, el crítico Juan Fordham, de The Guardian dijo: “Ella trae ideas desde ángulos inesperados para la forma de cantar los standars (american standars), y aplica una traviesa inteligencia para transformar las desgastadas letras”.
En otro concierto en el auditorium de la universidad Northwestern de Chicago, se presentó el maestro y distinguido pianista Earl “The Fatha” Hines, uno de los grandes músicos negros de jazz de Chicago, quien compitió en la época de las grandes orquestas, aunque su dimensión se quedó mayormente en esa ciudad.
En la noche fuimos a un club de jazz arrabalero donde se presentaba Esther Phillips versátil y atrevida quien acometía el blues, ritmo y blues, el jazz y cualquier música que se le ocurría. Tuve el privilegio de verla meses antes de su muerte y escuchar su versión de What a Difference a Day Makes, que inmortalizó Dinah Washington.
Phillips era una mujer dada a las sustancias. Durante su presentación se enfrascó en un rifirrafe verbal con un parroquiano pasado de tragos, pero la sangre no llegó al río. Su muerte, a los 48 años de edad, se produjo por el abuso de las drogas. Tuvo un funeral pobre sin reconocimiento.
UNESCO reconoce al jazz
En noviembre de 2011 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura, UNESCO, reconociendo el valor en la cultura mundial del jazz, y a solicitud del pianista norteamericano Herbie Hanckok, estableció el 30 de abril como Día Internacional del Jazz.
Dijo entre sus motivaciones “que el jazz rompe barreras y crea oportunidades para comprensión mutua y la tolerancia; el jazz es una forma de libertad de expresión, y simboliza la unidad y la paz; el jazz reduce las tensiones entre los individuos, los grupos y las comunidades; el jazz promueve la innovación artística, la improvisación y la integración de músicas tradicionales en las formas musicales modernas”.